Corto en seco el estilo aventurero de este blog para hacer una, espero, breve reflexión sobre un tema que me afecta tanto académica como personalmente.
Después de estudiar tres años una carrera de comunicación, he llegado
a una simple y breve conclusión. Lo peor de estudiar Relaciones
Públicas no son las interminables clases de sociología (en las que a
menudo te preguntas ¿y esto para qué sirve?, y meses después, al viajar
al extranjero y ver que muchos no tienen ni papa idea dices, "Aaah, para
eso sirve..."), lo peor tampoco son los soporíferos comunicados de
prensa que debes practicar una y otra vez pensando, ¿no habrá una manera
más fácil y lúdica de llegar al periodista y que ninguno de los dos nos
durmamos hablando de esta noticia?, lo peor no es la competividad de
los compañeros de publicidad, no...
Lo peor de estudiar Relaciones Públicas es el victimismo.
Sé
que sólo tengo veinte años y que mi perspectiva de la vida y las
relaciones tanto profesionales, académicas como interpersonales puede
ser algo escasa, pero hay ciertas cosas que no pasan desapercibidas
nunca.
A lo largo de la carrera, como he dicho, me he
encontrado con dificultades. Algunas severas, otras ligeras, y siempre
de todos los tipos y colores posibles: con los compañeros, con los
profesores, con los contenidos, con la parte práctica... Y a pesar de
desanimarme, al contrario, me han alentado a seguir adelante. Cada
piedra en el camino se convierte en una rueda para ayudarte a recorrerlo
si sabes cómo aprovecharla. Pues bien, desde que empecé, decidí hacer
de cada experiencia, fuera buena o mala, una oportunidad para aprender y
prever qué me encontraré en el futuro.
Y el futuro lo veo negro.
¿Por qué?
Sencillo.
Da igual dónde estés. Barcelona, Preston, Boston o París. Siempre hay
gente victimista. Lo que me preocupa en realidad no es ese grupo de
gente. Lo que me preocupa es la cantidad de personas de ese grupo en
particular que se dedican a estudiar Relaciones Públicas.
Algún
día quiero y espero ejercer la profesión de manera honesta, a pesar de
las mentiras que se pueden encontrar en el mundo de la comunicación. Es
verdad, mucha gente no considera la publicidad una profesión sincera.
Qué queréis que os diga, para mí todo trata sobre puntos de vista y
sobre quién maneja las riendas. Obviamente, la gente miente, las marcas
hacen estrategias crueles y se llenan los bolsillos. Pero la publicidad
también puede cambiar hábitos, difundir ideas. Estaréis cansados del
ejemplo, pero yo me quedo con Dove y sus "mujeres reales". Aunque
después la misma empresa posea también Axe, lo sé. Pero en el
departamento de comunicación de Dove, alguien debió pensar un día: y si
no somos nosotros los que lo hacemos mal, ¿y si es la sociedad quién se
equivoca?
Y voilà. Mujeres reales y ventas espectaculares.
En fin. Me estoy desviando del tema.
Lo
que me fastidia del mundo de las relaciones públicas es la gente que se
cree que está en arte dramático: siempre haciéndose la víctima, siempre
interpretando un papel. Sé que es un mundo competitivo, sé que hay
quien no tiene piedad. Pero hay cosas que no tolero.
Al principio
pensaba que sería cosa de Barcelona. Ciudad grande, muchos tipos de
gente, una misma cultura. Pero en Preston es igual. Ciudad pequeña,
universidad grande, multiculturalidad y gente haciéndose la víctima
delante del profesor para conseguir puntos extra a tu costa, basándose
en una idea tuya o, sencillamente, porque sí.
Esta entrada
surge de un efímero evento en particular sucedido hoy y el cual me ha
hecho darme cuenta de que sí, en el futuro me espera mucha gente así y,
lo peor, gente que alimenta el ego de ese tipo de personas porque es
demasiado estúpida o, llamémoslo de una manera más suave, perezosa, para
darse cuenta de lo que sucede a su alrededor.
Y lo que
sucede a nuestro alrededor, señores, es que no podemos seguir así.
Debemos enfocarnos más en valorar el esfuerzo y los resultados que en
las embellecidas palabras y las buenas impresiones llenas de falsas
apariencias. Porque pensaréis que las relaciones públicas tratan de eso.
Pero las relaciones públicas, para mí, no tienen nada que ver con ello.
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